A Mary que sigue ahí
Aroma a facturas, a churro y tortita negra. No, están caras y nos tenemos que cuidar un poco...Con Elbio agarramos la canasta, metimos el mate, la yerba y nos fuimos a pasear.
Queríamos ir a algún lugar lindo aunque el clima no
estaba muy bueno y amenazaba con llover. Yo tenía ganas de ir a ver los nietos
a San Andrés pero cuando estábamos por Chacarita al Elbio le agarraron ganas de
bajarse en el cementerio. Me dijo que ahí estaban las tumbas de Gardel, de
Pugliese, Goyeneche y Troilo. A él siempre le gustó el tango y de joven supo
ser un gran guitarrista, mi preferido.
Ni bien bajamos miramos el mapa pero no aparecían
los tangueros. Caminamos despacio porque la artrosis me mata y más en días
húmedos y nublados. Nos animamos a preguntarle a un señor y digo nos animamos
porque había tan poca gente que parecía un fantasma. Nos dijo que sigamos por la
diagonal dos calles y después a la izquierda cinco más. Movía la mano como si
reconociera cada espacio, cada tumba, cada pasillo… Yo puse una cara fea de
esas que pongo cuando los nietos se mandan alguna pero estaba asustada, con
miedo.
Ya no dábamos más y llegamos a la tumba de
Carlitos. Nos quedamos ahí mirando y Elbio descubrió las placas más antiguas:
1936 y 1937. También se colaba en lapicera un saludo de ese mismo día.
Seguimos caminando para ver a los otros tangueros.
Yo tenía sed pero no me daban ganas de sacar el mate delante de tanta tumba y
menos con un olor tan fuerte que había, húmedo y podrido. Como cuando las plantas se llenan de agua y queda el olor en el patio por varios
días. Pero en el cementerio había mucha más agua, agua en la tierra, agua en
floreros de nichos, agua por debajo que se escurría en las napas arrastrando
tanto hueso.
Los nichos, eso fue lo que más me impresionó. Tres
pisos bajo tierra de nichos, tres interminables pisos con interminables filas,
flores naturales, placas metálicas, flores de plástico, cartelitos de Papá te
amamos y Mamá. Querido hermano. 1918 – 1960. 1927…. Elbio descubrió ahí nomás, cerquita, una
camilla metálica que me hizo imaginar un cuerpo acostado, recién fallecido,
rumbo a su tumba.
Cuando llegamos a la salida la reja estaba cerrada y dos guardias esperaban para abrirla. Elbio y yo nos asomamos entre tanto ruido y movimiento. Ya era hora de comer bizcochitos con agua calentita...
Me encanta tu relato, cómo lo cuentas, lo que dices... Y esa atmósfera que consigues transmitir, tan sencillamente, tan sin darme cuenta... hasta que la siento, de pronto, como si estuviese ahí.
ResponderEliminarGracias, María Virginia. Me alegra mucho haberme encontrado con vos de nuevo.
Un abrazo.
¡Muchas gracias Esteban! Yo creo uno de mis propósitos principales cuando escribo es precisamente ese, poder transmitir cierta atmósfera que voy creando en mi mente.
EliminarSaludos
¡De nada! ¡Gracias a vos!
EliminarPues en mi opinión lo consigues sobradamente y te felicito por ello, María Virginia.
¡Saludos!
¡De nada! ¡Gracias a vos!
EliminarPues en mi opinión lo consigues sobradamente y te felicito por ello, María Virginia.
¡Saludos!
Muy bueno! y me alegro por la vuelta de las crónicas.
ResponderEliminar¡Hola SAL! ¡Muchas gracias! Me parece que usted también volvió eh...
ResponderEliminarUn abrazo, no leemos
Hola! Que bueno que volvieron las crónicas! De nuevo a disfrutar la ciudad de otra manera :-). Besotes
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