“Yo me
marcho
Tú te
quedas:
Dos
otoños.”
Haiku de Buson
Foto de Carolina Sosa
Le costaba
respirar en el más explícito de los sentidos. Un cuello ortopédico le dividía el
cuerpo en dos, parte superior y parte inferior. La falta de movimientos
laterales de cabeza predisponía el movimiento de las extremidades.
Hilda salía
con la bolsita de análisis del hospital y todo le parecía lejano. Se había
distanciado del mundo mucho tiempo antes cuando decidió chocar contra el
paredón. Había elegido durante meses el que más le gustaba. Graffitis por todos
lados y una ramita con hojas que había logrado nacer en un resquicio de
cemento. Amarillos, rojos y verdes, sus colores favoritos.
La salida
de Hilda se vio interrumpida por la presencia de dos personas. La avenida
Córdoba desprendía toda una serie de contrapuntos sonoros y la corriente
continua de transeúntes los incrementaba aún más. Hilda había dejado de
escuchar hace tiempo así que todo ese caos era un bálsamo para su existencia, aletargaba
sus sensaciones y las redimensionaba. Las dos personas que se interponían en su
camino imprimieron en Hilda las sensaciones adormecidas por el ambiente
exterior.
—¿Qué
carajo te pasó ahora? — Le preguntó a los gritos una joven.
—Dejála
tranquila, no la atosigues, esperá— Interrumpió un hombre mayor de traje que
tenía un cigarrillo en la mano.
Hilda
comenzó a llorar. El hombre le ofreció un cigarrillo e inmediatamente Hilda
comenzó a fumar. La cadencia de su mano iba desde las lágrimas de su cara hasta
las pitadas del cigarrillo. Las cenizas se iban acumulando y el viento las
adhería a su cara humedecida. Hilda lloraba y comenzó a balbucear una serie de
palabras inentendibles.
—¿Qué que
carajo te pasó ahora? ¿Me podés decir? Me hiciste salir otra vez antes del
laburo. ¿Vos querés que me echen a mí? ¿Y quién te va a pagar la pocilga esa en
que vivís? ¿Decíme a ver? ¿Vos vas a salir a trabajar? ¿eh? ¿eh? — Gritaba con
cada vez más ímpetu la joven.
El hombre
posó una de sus manos en la espalda de Hilda y la acarició. Trataba de
consolarla sin saber muy bien qué era lo que estaba pasando en ese preciso
instante. Hilda fumaba y el color de las cenizas le recordó una imagen que se
le presentó segundos después de haber chocado. Esa misma imagen contrastaba con
los colores de ropa de los transeúntes y le daba a Hilda una alegría
desbordante que le hacía llorar aún más y fumar casi frenéticamente.
***
Se podría
decir que era un día lluvioso, que pasábamos por avenida Córdoba con el
colectivo 132. Dos jóvenes escuchaban música y otra pasajera les reclamaba que
bajen el volumen. Un hombre mayor cantaba en voz baja y comentaba qué era lo
que iba pasando en el colectivo, quién subió, quién bajaba. Afuera una escena
nos cautivó a casi todos, una mujer joven y dos personas mayores, hombre y
mujer, fumando. La mujer tenía un cuello ortopédico y lloraba. El colectivo se
demoró más de lo habitual y pudimos percibir esta escena con mayor detenimiento.
Una escena más de las tantas que se dimensionan por la ventanilla del
colectivo.
Para el
pasajero cantante la mujer acaba de recibir un diagnóstico fatal en el
hospital.
Para los
jóvenes que escuchaban música había que bajarse en la próxima parada.
La pasajera
que les había reclamado que desciendan el volumen dormía.
Para mí
Hilda.
Buenísimo, Vir. No hay dudas es Hilda y eligió el graffiti contra el cual chocar.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Ahí pasé por tu blog, que bueno que volviste a publicar.
ResponderEliminarSaludos