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martes, 25 de diciembre de 2012

Petit Colón

"Yo tengo tantos hermanos, que no los puedo contar". Elsa cantaba habitualmente el tema de Atahualpa Yupanqui en cualquier parte de la ciudad de Buenos Aires. Oriunda de Chascomús había venido para quedarse pero con las reminiscencias de un pasado que la perseguía, que la rodeaba y que, a veces, por algunos segundos, lograba desaparecer en alguna vereda, colgado de algún semáforo.

Elsa en realidad no cantaba, relataba, y su voz no llamaba la atención de todos. No era como esos locos que van hablando y todos lo miran, a Elsa la miraban unos pocos. Pero Elsa miraba atentamente. Miraba al que la miraba, miraba al que pedía limosna, a los que se besaban en los bancos de los parques y a los que lloraban. Porque son muchos los que lloran en las calles y pocos los que se animan a apropiarse del dolor para sentir la historia lejana como herida lacerante. Elsa hablaba poco, casi nada.

Juan José estaba sentado frente a un local, era apenas visible en medio de la nube de humo que producía su cigarrillo rubio. Nube que no opacaba los zapatos negros de charol ni el traje que parecía recién estrenado. Quizás fue la actitud de Juan José la que hizo que Elsa examinara con minuciosidad el local. Ventanas de madera, vidrios pintados de blanco y obreros yendo y viniendo. En esa mirada detallada que pareció de unos pocos segundos habían transcurrido cinco cigarrillos. Elsa quería preguntar pero no se animaba y Juan José con la mirada apenas la pudo notar. 

Juan José era una figura inerte en medio del paisaje. Cigarrillo, banco de cemento, zapatos. Elsa siguió mirando el local hasta que el ir y venir de la gente fue disminuyendo y los colores se fueron volviendo opacos hasta extinguirse. Adentro del local, en la más absoluta oscuridad, Juan José todo iluminado pedía un café.

"Los hombres son dioses muertos,
de un tiempo ya derrumbao,
ni sus sueños se salvaron
sólo la sombra ha quedado."

Guitarra, Dímelo tú - Atahualpa Yupanqui