domingo, 3 de marzo de 2013

Feria americana

Los dedos van y vienen. Se la ve tras el la vidriera, concentrada. Esos mismos dedos van y vienen desde hace unos diez años cuando se le ocurrió que sólo le bastaban dos vestidos y algunos pulloveres para sobrevivir. Después empezaron a llevar mercaderías los vecinos, algunos ilustres, otros no tanto. Una cosa que le llegó y todavía conserva es un enterito chiquito, como de bebé, celeste, bien reluciente. Alguna vez jugó a ser eso pero ya no más, ahora está vieja y seca, seca por todas partes, marchitándose más que la ropa, a punto de extinguirse. 
Los dedos pasan meticulosamente entre los ojales y Milva siente un aroma. No, no son todas esas cosas viejas, es el olor mismo del hospital, desde el hospital, en el hospital, una noche de verano adentro de terapia intensiva. Milva tiene una meticulosidad precisa que evita que se pinche los dedos en ese ir y venir. Las gotas del suero, un tic tic constante acompañado por el pecho que se inflaba a medida que la máquina impulsaba el aire. Jamás se atrevió a tocarlo, apenas se animaba a deslizarse por la sábana fría, todo frío, el alcohol en gel de las manos y las palabras inentendibles. Alguien toca a la puerta y Milva se levanta dispuesta a atender con la más cordial sonrisa, la de siempre. 




2 comentarios:

  1. Lunes, marzo, la realidad de Milva... todo gris. Dan ganas de jugar a ser ese bebé.

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  2. Tu comentario extiende la entrada :-)
    En la ciudad las Milvas nos buscan. A mí se me coló en la mirada caminando por Congreso una de las tantas veces que me pierdo y aparezco o se me aparecen personas y lugares.

    Gracias por pasar y buena semana.

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