viernes, 15 de junio de 2012

Gritálo, gritálo, gritáloooooooooooo


El bar de avenida Rivadavia no parece de lo más acogedor pero los precios son relativamente baratos y hay una mesa justo en frente del televisor. Piden dos cafés y se acomodan para ver el partido.
Durante el primer tiempo un vendedor ambulante pasa por las mesas ofreciendo accesorios para el pelo. Va entregándolos mesa por mesa hasta que gira la cabeza y ve a un jugador. Podría haber seguido vendiendo pero al ras del pasto el jugador despliega algo que lo atrae: “A este no lo para nadie”. Finalmente sale del bar y desde adentro gritamos “Uhhhhhhhhhhhh” así que mira por la ventana un reflejo de la pantalla en un espejo, ve la repetición y se enoja. Primer gol de Brasil a los veintidós minutos.
Atrás nuestro se sienta un señor mayor y a los pocos minutos hace un gol Messi. Hacer un gol es una expresión bastante general e incompleta que debería ser reemplazada por miradas atónitas, un grito seco y fuerte acompañado por sucesivos gritos que crean la sensación de simultaneidad, manos levantadas, risas cómplices y las palabras del señor recién llegado: “Y si no nos salva este, no nos salva ni el diablo”.
En el segundo tiempo entra un señor con sobretodo, cara pálida, ojos azules y pelo gris. Ni bien se sienta uno de los mozos le alcanza una cerveza. Entra un nene con una chica que van a la mesa del mencionado señor:
—Saludálo.
El nene se acerca y le da un beso.
—Papá, dale a papá la hojita que le trajimos de regalo para él, la de él eh, no la de mamá.
—Quiero Coca, quiero Cocaaaa.
—What did he say?
—That he wants Coca.
—Portáte bien eh, no hagas lío y saludálo a papá que tenemos que volver con mamá.
Entra un vendedor ambulante y después de mirar el televisor se nos pone a hablar, nos pregunta quién hizo el primer gol, cómo va el partido. Un mozo lo ve y le dice que se siente y que lo vea, que no hay problema.
Desde afuera del bar se asoma una manito que se adhiere a la ventana dando golpecitos y mirando al señor de sobretodo que lo saluda y le tira besos con la mano. El nene repite la acción, sonríe y sale hacia atrás empujado por la mano de la chica.
El mozo pasa al lado de la mesa: —¿Qué hacés Kevin?
Empieza el segundo tiempo y estamos todos mirando la pantalla. Los goles de Brasil son acompañados con puteadas y respectivos “Uhhhhhhhhh”. A medida que la gente sigue ingresando al bar consultan y comentan cómo va el partido. Una señora que se sienta empieza a hacer preguntas sobre los jugadores y las jugadas sin obtener ningún tipo de respuesta. El señor del sobretodo, ahora Kevin, empieza a reduplicar con acento en inglés nuestras expresiones.
De repente todo recomienza y lo que creímos un final 3 a 3 se convierte en una par de jugadas bastante favorables. Después viene ese otro suceso que resiste a la representación, que excede a las capacidades de esta cronista-espectadora. La red tiembla, explotan nuestras voces, se levantan nuestras manos, nos miramos reconociéndonos, el vendedor ambulante se ríe y ya comienza a agarrar su mochila para irse pero Kevin, el inglés, el de sobretodo, el de la cerveza, Kevin, repite una y otra vez:
—Ohhhh Je-sus! Jesus! 

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