El bar de
avenida Rivadavia no parece de lo más acogedor pero los precios son relativamente
baratos y hay una mesa justo en frente del televisor. Piden dos cafés y se
acomodan para ver el partido.
Durante el
primer tiempo un vendedor ambulante pasa por las mesas ofreciendo accesorios
para el pelo. Va entregándolos mesa por mesa hasta que gira la cabeza y ve a un jugador. Podría haber seguido vendiendo pero al ras del pasto el jugador despliega algo que lo atrae: “A este no lo para
nadie”. Finalmente sale del bar y desde adentro gritamos “Uhhhhhhhhhhhh” así
que mira por la ventana un reflejo de la pantalla en un espejo, ve la repetición y se enoja.
Primer gol de Brasil a los veintidós minutos.
Atrás nuestro
se sienta un señor mayor y a los pocos minutos hace un gol Messi. Hacer un gol
es una expresión bastante general e incompleta que debería ser reemplazada por
miradas atónitas, un grito seco y fuerte acompañado por sucesivos gritos que crean la sensación de simultaneidad, manos levantadas,
risas cómplices y las palabras del señor recién llegado: “Y si no nos salva este, no nos salva ni el diablo”.
En el
segundo tiempo entra un señor con sobretodo, cara pálida, ojos azules y pelo
gris. Ni bien se sienta uno de los mozos le alcanza una cerveza. Entra un nene con una
chica que van a la mesa del mencionado señor:
—Saludálo.
El nene se
acerca y le da un beso.
—Papá, dale
a papá la hojita que le trajimos de regalo para él, la de él eh, no la de mamá.
—Quiero Coca, quiero Cocaaaa.
—What did he say?
—That he wants Coca.
—Portáte
bien eh, no hagas lío y saludálo a papá que tenemos que volver con mamá.
Entra un
vendedor ambulante y después de mirar el televisor se
nos pone a hablar, nos pregunta quién hizo el primer gol, cómo va el partido.
Un mozo lo ve y le dice que se siente y que lo vea, que no hay problema.
Desde
afuera del bar se asoma una manito que se adhiere a la ventana dando golpecitos y mirando
al señor de sobretodo que lo saluda y le tira besos con la mano. El nene
repite la acción, sonríe y sale hacia atrás empujado por la mano de la chica.
El mozo pasa al lado de la mesa: —¿Qué hacés
Kevin?
Empieza el
segundo tiempo y estamos todos mirando la pantalla. Los goles de Brasil son
acompañados con puteadas y respectivos “Uhhhhhhhhh”. A medida que la gente sigue
ingresando al bar consultan y comentan cómo va el partido. Una señora que se
sienta empieza a hacer preguntas sobre los jugadores y las jugadas sin obtener ningún
tipo de respuesta. El señor del sobretodo, ahora Kevin, empieza a reduplicar
con acento en inglés nuestras expresiones.
De repente todo recomienza y lo que creímos un final 3 a 3 se convierte en una par
de jugadas bastante favorables. Después viene ese otro suceso que resiste a la representación, que excede a las capacidades de esta
cronista-espectadora. La red tiembla, explotan nuestras voces,
se levantan nuestras manos, nos miramos reconociéndonos, el vendedor ambulante se
ríe y ya comienza a agarrar su mochila para irse pero Kevin, el inglés, el de
sobretodo, el de la cerveza, Kevin, repite una y otra vez:
—Ohhhh
Je-sus! Jesus!
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