miércoles, 28 de marzo de 2012

¿Lo digo?

 "Y ahora reitero mi desafío amigable: escriba sobre 
la vida, lo que significaría usted en la vida. (Si no 
fuera cronista de fútbol, de cualquier manera sería
 escritor). No importa que, en esta columna que pido, 
usted entre por la puerta del fútbol: eso le facilitaría 
romper el pudor de hablar directamente. Y más, para 
facilitárselo: le dejo que escriba una crónica entera sobre 
lo que el fútbol significa para usted, personalmente, y no 
sólo como deporte, lo cual terminaría revelando lo que 
usted siente por la vida".
Crónica de Clarice Lispector, 
"Armando Nogueira, el fútbol y yo, pobrecita"




El primer sábado se los cruzó en la puerta de una escuela, estaban tomando vino y cantando a favor de River. Esperaban que llegue el micro que los llevaba a la cancha. Y ahí sintió un primer impulso, intentó no mirarlos pero los colores blanco y rojo la encegecían. Se dijo que mejor no, que había que seguir adelante. Y siguió caminando con la disminución progresiva de los cantitos. 

Dos sábados más tarde le tocó un reencuentro en la línea C del subte. Subió en Avenida de Mayo para hacer solo dos estaciones hasta Independencia. En la espera una mujer le advirtió la presencia de unas pequeñas cucarachas que acechaban, varias cucarachas tapizando las paredes mugrientas de la estación. Quizás estaban disfrutando algún residuo dulce, jugo derramado o migas de galletitas.  

Cuando entró al subte comenzó a escuchar otra vez los cantitos, pero esta vez estaban acompañados por críticas a los hinchas de Boca, logró escuchar: "Che bostero che bosterooooo". Y esta vez los miró, dio vuelta su cara para absorber completamente la situación, trató de escuchar cada una de las agresiones que se le iban adhiriendo. Se rió, no pudo sostener la profunda tentación que buscaba una mirada cómplice, alguien que también perciba eso que estaba ahí y los interpelaba. Pero los cuerpos inertes querían llegar a sus respectivas estaciones para descender de la formación. Cuerpos desapasionados, tristes, apáticos.

Le tocó a ella descender y ni bien salió del vagón subió las escaleras. El impulso se le hizo incontrolable, sintió una necesidad imperiosa, un grito que la dejara afónica. Fueron unos pocos segundos de escalones e imágenes que la hicieron retroceder hasta la estación. Su mirada se tambaleaba entre el cierre de puertas y los hinchas despareciendo esmerilados contra el vidrio. La banda de sonido incluía en simultáneo la señal de alerta que avisaba ese cierre y los gritos de la hinchada que se volvían cada vez más desaforados. Estaba aturdida y acalorada, la garganta se preparaba para decirlo. Se imaginó en esos segundos gritándoles, los veía adentro putéandola y perdiéndose en el túnel. Sentía el ruido de las botellas de cerveza que caían en las vías. Sentía el balanceo del vagón producto de los saltos descontrolados. Y se oía a sí misma con tan poéticas palabras: "Vos sos de la B gallina, ¡¡¡sos de la B!!!, vos-sos-de-la-B". Pero volvió a las escaleras. Pasó el molinete. Salió hacia afuera. Se cruzó con los que ingresaban a la estación. Cobarde. Estas palabras no te redimen. 

2 comentarios:

  1. Me encanta el futbol (jugar y verlo), pero no logro explicarme qué mueve a muchos a actuar en masa de ese modo. Igual me alegra la cobardía de no preguntarles, p.ej., "en la A de qué equipo son?", así te seguimos teniendo en estas crónicas.

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  2. SAL: Me encanta el fútbol, verlo, porque jugar... jeje. Cuando comenté los sucesos acontecidos me dijeron exactamente lo mismo pero aún persiste en mí el arrepentimiento por no haber gritado.

    ¡Buen fin de semana!

    PD: Ayer no pude ver el partido pero que bueno el 2 a 0 :-)

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