lunes, 24 de octubre de 2011

Miran, dicen, oyen. Las voces

Todos los viernes las chicas se reúnen en el bar de Congreso, uno de los lugares que prepara el café más rico de la ciudad. Van llegando y se acomodan en dos mesas al lado del ventanal que da a calle Lavalle.

En la mesa contigua una joven lee, anota, escribe, pero a veces se le dificulta por el murmullo de las voces. No las ve, está de espaldas, pero de vez en cuando escucha algún comentario que le llama la atención y detiene la lectura. Así fue que se enteró que una prefería alejarse de la ventana: "¿Cómo? ¿No sabías? De chica una vez fui a una cama solar y me quemó la cornea, mal, re mal y de ahí en más siempre problemas con el sol, me quedó re sensible, medio que me quedo ciega sin lentes negros. No sabés los boliches, me encandilaban las luces, no veía nada. Cosas de pendeja. El invierno en las Leñas se me complica, esquiando veo muy poco". Sigue leyendo la novela de Clarice y tomando el café más barato que tiene ahí: lágrima en pocillo con mucha espuma. Además vienen unos granitos de café bañados en chocolate que son una delicia.

Hubo un viernes lluvioso que solo vinieron unas cuatro así que ese día aprovechó y volvió a sentarse al lado de la ventana, justo al lado de la muchedumbre.

El viernes pasado ese cúmulo indefinido de mujeres se le apareció con toda su crudeza. Primero fue una sonoridad indefinida aguda y chillona que se iba incrementando. Intentaba leer a Rodolfo Kusch pero entre esa horda fanática de voces algo la alcanzó con la fuerza de un grito añejo, opresivo, lleno de violencia: "¿Qué querés? Una tilinga".

Le quedó dando vuelta la frase, en la web apareció una definición: Cursi, que presume ser fino sin serlo. Bajó a comprar al supermercado y una pareja de señores mayores se indignó con la espera, el hombre dijo: "Qué cosa, éstos pibes son lentos". Lo dijo gritando, con cierta indolencia e imputabilidad que parecería ofrecerle la edad. Pero el cajero lo miró fijo y la joven lectora miró al cajero tratando de interponerse en la mirada y dándole un saludo también proletario. No se dio cuenta de que esta era la venganza, la de la tilinga, la del cajero y la de ella, una venganza tan silenciosa como ahogada la voz.

2 comentarios:

  1. qué bueno que lea Clarice, qué bueno que no deje de escribir, qué bueno que sea tan testigo de lo que ocurre más allá de sus libros y letras...

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  2. ¡Muchas gracias Rochitas! Estoy leyendo "Cerca del corazón salvaje" en fotocopias. Y también disfrutando a Rodolfo Kusch, todo un placer leerlos.
    Un abrazo

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