
Dos personas se encuentran en la ciudad, a su manera, pero se encuentran. Y se vinculan, están juntas sin estarlo, por necesidad económica y afectiva.
La película “La vieja de atrás” cuenta esta historia con un gran manejo de la puesta en escena. El departamento de la vieja Rosa (con la impecable actuación de Adriana Aizenberg) es ella misma con sus rutinarias y mecánicas acciones. Y hay risas, muchas risas, es una película con la que uno se divierte en varias ocasiones gracias al choque generacional entre Rosa y el joven Marcelo (también con una gran actuación de Martín Piroyansky).
El logro de la película es la desnaturalización, logra poner en evidencia los rasgos de la vejez con todos sus matices, incluso los más crueles. Un ejemplo es el discurso xenófobo que Rosa desliza sin si quiera pensar en algún tipo de cuestionamiento. Y es Marcelo el que pone un espejo en la soledad de Rosa para que ella misma se vea reflejada, para mostrarle sus miserias, para enfrentarla con sus propios padecimientos, aunque él también también termine encontrándose en ese espejo... Al fin y al cabo juventud y vejez no están tan lejanas como parecen: ¿la soledad de Rosa es cosa de viejos? ¿la soledad de Marcelo es cosa de jóvenes? Soledad al fin, soledad a secas.
Para concluir, traeremos los comentarios del baño del cine. Estos baños suelen ser el lugar ideal para recuperar opiniones acerca de la película que se acaba de ver, como una especie de crítica rápida y concisa acerca de la impresión que causó. Las mujeres mayores medio enojadas dicen: “Eso no es la vida real, en la vida real hay sonrisas”. Mientras una lo dice otra aprovecha para entrar antes que una joven, se acaba de colar. Ninguna percibe a esa joven, se quejan, rezongan y a su modo ellas también son Rosa pero Rosa logró ver más allá, logró vincularse, ¿y eso acaso no es motivo de alegría? Cada una de esas mujeres está inmersa en su propia tragedia cotidiana (¿en la que sí hay tantas risas?) no lograron disfrutar el film, lástima.