La salida, la huida, las ganas de ver que detrás de las paredes también viven los cielos. Y menos daña el sol a la vista que ese aire viciado, el resplandor fluorescente, pantallas que titilan. Los ojos se mantienen abiertos, alertas, casi ni pestañean, como la imagen del film de Buñuel del ojo atravesado por la navaja. Filosa.
El adentro opresivo. El afuera es edén, es lluvia, es olor a pasto. Aunque apenas pueda caminar por Corrientes –creéme que entiendo tu bronca y malhumor–, aunque avance a los golpes me siento lago que respira.
Aunque sea silencio angustioso y la calle me venza lo intento. Mi apuro, mi avanzar frenético, imita a las corridas de niñez por las veredas del barrio. Corro para llegar pero persiste esa sin razón del ir y venir hasta la esquina. Conozco los horarios pero me pierdo al observar los que van y vienen que también soy yo.
Creo mis propias formas de supervivencia, la ciudad que a veces odio también tiene sus grietas, hondas grietas que deforman y rebalsan. Lo cotidiano se extingue, se pierde, como el miedo agazapado.
Las imágenes corresponden a la exposición Louise Bourgeois: El retorno de lo reprimido (Fundación PROA)
¡Mirá que escribís lindo che! ¡me gustó mucho! Y muy lindas imágenes también.
ResponderEliminarJuana
Se agradece Juana, mucho gusto y gracias por pasar.
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