miércoles, 30 de marzo de 2011

Pequeñas desgracias cotidianas

-A las seis y media de la tarde una nube cayó en el barrio de Once. Ni meteorito ni nada, nube. Los transeúntes pasan pero apenas la pueden ver y ella descansa ahí, entre hojas, papel, brillantina, telas.
Un perro intenta orinar sobre este fenómeno climatológico pero un fuerte tirón de collar se lo impide.
Un joven está arriba de un camión subido a una pila de cartones, tan cerca del cielo y tan lejos de la vereda... y de la nube.

-De todos los olores que emanan en un subte lleno de la línea A, este resultaba un tanto particular. Un olor mortífero, como de veneno, que comienza a expandirse desde la puerta hacia el interior del vagón. Un pasajero busca dilucidar el enigma y a poco de comenzar con la pesquisa descubre la fuente de emanación: el cuello de otro pasajero.

-Lee las crónicas de Clarice Lispector en el tren pero a medida que los pasajeros suben la lectura se vuelve cada vez más dificultosa. Su espalda comienza a quebrarse casi imperceptiblamente hacia atrás, se estira y logra una posición que le permite seguir con la lectura. Cuando mañana se levante y sienta al caminar ese fuerte dolor de cintura recordará esas bonitas palabras:

"Pero si me pongo un vestido blanco y salgo... quedaré perdida en la luz - y de nuevo perdida- y en el lento salto hacia el otro plano perdida de nuevo-¿y cómo encontrar en esta ausencia mía la primavera?"


lunes, 21 de marzo de 2011

Todos niños


Los coches de la línea A de subterráneos se caracterizan por su longevidad, llevan y traen pasajeros desde el año 1.930 aproximadamente. Y una de sus particularidades es que en el primer vagón hay una ventana desde la que se pueden observar las vías. Mucha gente suele sentarse allí para mirar como avanza el tren. Esta vez era un niño de unos cinco años el que observaba y ante cada nueva sorpresa que se interponía en su mirada le hablaba a una mujer mayor de pelo largo blanco que parecía su abuela. En un momento el nene descubrió a su izquierda otra pequeña ventana circular desde la que podía observar al conductor. Comenzó a reírse, a tocar la ventana y de repente la cara se le iluminó, el conductor había encendido su linterna y de vez en cuando lo alumbraba.


Al llegar a Primera Junta la abuela y el nene se bajaron, la abuela llevaba en su vestimenta rastros de esa infancia que alentaba y disfrutaba: una camisa con huellas de piecitos en color verde y una hoja de árbol enganchada en el ojal. Ambos se bajaron pero en vez de dirigirse a la escalera para salir se adelantaron al tren y una vez que se puso en marcha saludaron al conductor.




jueves, 10 de marzo de 2011

Kilometraje


Camina tan solo una cuadra y se agota. Avanzar se vuelve difícil pero continúa, hay que llegar al subte y después el tren. Dos coches pasan el semáforo en rojo, una moto se sube a la vereda y el humo del colectivo vuelve al aire irrespirable. En el Congreso una marcha impide el acceso a la estación así que tiene que ir hasta Sáenz Peña.




Hay otro tipo de caminatas pero ante este nuevo-viejo contexto le parecen inverosímiles.


En la ciudad todo se vuelve inmensurable, pero no es una amplitud infinita sino una abrupta reducción, una violencia significante. La extensión del Parque Nacional Arrayanes es, sin embargo, de otro tipo. El camino se encuentra señalizado pero todo es nuevo a la vista y puede mutar por un cambio de luz, la aparición de un nuevo animal. Hay espacio suficiente para caminar y al llegar al kilómetro 11 se escucha a un hombre tararear el tema homónimo.

Resulta difícil entrar al vagón, está repleto de pasajeros así que avanza a los empujones. La falta de aire es una mezcla entre la situación violenta que se reitera mecánicamente todos los días y la añoranza por ese otro paisaje.



Para entrar en el tren deberá superar la avalancha humana en busca de un asiento, otra vez golpes, un hombre le grita a otro enojado "No empujés, no empujés" pero apenas logra divisar a los otros treinta pasajeros que siguen avanzando a toda velocidad desde atrás. Llegará hasta el Oeste cansada, con el cuerpo golpeado, con el calor adherido a la ropa.


¿Quién se llevó el aire, quién me robó los lagos?

Extraño...