domingo, 18 de diciembre de 2011

No te olvida


“Nos ha permitido desarrollar una capacidad de
observación objetiva, un crepúsculo de precisión
al establecer analogías y diferencias sobre nuestros
sentimientos. El bolero nos convirtió en exploradores”
Iris Zavala en El bolero. Historia de un amor




Casi tambaleándose, un tanto perdida, apareció esa tarde de verano en un teatro. Silenciosa, entró y se sentó en la penúltima fila. Se escuchaban ritmos árabes, bailarinas con enormes pañuelos contorneaban su cuerpo, se desdibujaban con el brillo de los colores y el ritmo del violín. La gente de las butacas saludaba a las bailarinas y los flashes iluminaban la sala. Los ojos le dolían, le quemaban, pero la garganta estaba más despejada y en ese calor agobiante de sala la música la oxigenaba. Después de dos meses recomenzaba, perdida, en el teatro de quién sabe dónde.

A pedido de las bailarinas el público comenzó a hacer palmas. Pero en uno de los números musicales apareció una mujer vestida de amarillo con un ritmo lento, una expresión angustiosa. Ella la absorbió por completo siguiendo cada uno de sus pasos, las manos hundiéndose en el aire, el lamento contenido de una cara que la interpelaba, las caderas se movían casi imperceptiblemente. Los instrumentos enmudecían con la bailarina, como si los anulara a medida que se les acercaba. No podía distinguir el ritmo, pero le recordaba las novelas de Manuel Puig: "Yo cerré los ojos para grabar en mi memoria esa mirada de deseo". ¿Cómo transferiría a los otros la experiencia? A sus amigos les había comentado películas y libros que le habían gustado pero ahora... Ella no se hacía esa pregunta, seguía cautivada por el baile hasta que una persona se le acercó para pedirle que abandone la sala, a su alrededor no había nadie, las luces estaban encendidas y los músicos bajaban del escenario. Las bailarinas ya se habían ido y charlaban con sus familiares en la puerta. Pidió disculpas y salió casi corriendo, tratando de no tropezarse con los escalones.

Cuando estaba por cruzar las vías sintió esa música otra vez, eso fue lo que le impidió escuchar la chicharra y los gritos. Nunca más volvió a ver a la bailarina, tampoco logró que él fuera a despedirla. Pero por unos segundos ella cantó, cantó tan fuerte que también se volvió toda amarilla, pero completamente inmóvil.

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