"Arauco tiene una pena
más negra que su chamal
ya no son los españoles
los que les hacen llorar,
hoy son los propios chilenos
los que les quitan su pan.
Levántate Pailahuán"
Arauco tiene una pena, Violeta Parra
Salen de la sala de cine a tomar el subte de la línea A. Las pupilas apenas se acomodan a la luz de la calle y de los coches, aún les queda esa sensación de pantalla que los ha hecho transitar por la tierra chilena en la que lloraron las penas de Violeta Parra. En esa especie de estado intermedio deberán transitar durante una cuadra pero algo les llama la atención, una bandera, una humareda.
Cruzan a la plaza Congreso para ver qué es. De las múltiples luces que divisaron ésta es la más enigmática, los atrapa con una fuerza irreconocible. Se quedan parados alrededor de la fogata y observan como algunos le tiran vino y comida mientras unos nenes corretean. Preguntan si es en honor a la Pachamama, les dicen que sí, que además se trata de una celebración por el día de los muertos.
La ceremonia prosigue compartiendo comidas y bebidas como maíz inflado, caramelos. Además habrá algo que estos paladares degustarán por primera vez, la chicha de maní. En un poema de Eugenio Sánchez Bacilio la chicha es: "Dulce néctar sacrosanto/ con aliento a puna y río/ que duermes en el remanso/ de tu místico silencio". Esta chicha es ciudad pero se evade, el tiempo de la fiesta hace olvidar el horario del transporte público y el ruido. Algunos de los corredores y transeúntes que pasan por la plaza se detienen cautivados por una sensación atemporal. El que se queda deja de ser sí mismo, es fuego, vino, naranja. Debajo el subte corre resistiéndose a la lana de los tiempos, ese tejido imperceptible que va atrapando y persiste intermitente, casi a punto de apagarse.
En medio del abandono del ser en lo otro la coplera se hace voz y la cadencia de su caja recuerda la existencia de las penas. La evasión es también reflejo de abismo vida y abismo muerte.
Por momentos alguien dice jallalla y todos lo repiten, el que sabe, el que no, todos jallalla. Ellos deciden preguntar qué significa y les explican que es "así sea".
Continúa una parodia de los rituales católicos de bautismo y casamiento que va generando risas en los improvisados actores y en los espectadores. Después hay más jallalla y el saludo entre todos, abrazo y besos de gente que no conocen pero con quienes al mismo tiempo comparten este ritual. Quizás desde su visión restringida no conocen, se resisten a conocer al otro cuando en realidad conocen, están conociendo y adentrándose en un jallalla que los recibe como hermanos. Afuera los espera un subte y un tren en el que se ataca al otro, en el que hay desconfianza y todo se ve como peligro latente. Pero mientras tanto siguen en un ahora que finaliza con un baile de la mano alrededor del fuego.
¡Desde que eran chicos no hacían una ronda! Esta ronda es comunión, se dejan llevar por el baile, olvidan, ríen. Pero es tarde, no lo pueden creer, se preguntan cómo es que no se dieron cuenta de que ya eran las nueve y media de la noche. Bajan al subte y sienten el olorcito a humo en la ropa, la saliva con gusto a naranja. Nos quedamos.
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Melina Sánchez, alumna de Letras de la UBA y miembro de la Cátedra Abierta de Estudios Americanistas, me comenta que jallalla es un grito o voz utilizada en situaciones públicas, para lo espiritual, lo social, la guerra. Casi todo los pueblos ancestrales tienen una voz que cubre todos esos aspectos de la cosmovisión como, por ejemplo, marrichiweu para los mapuches y agüije o aguijebete para los guaraníes.
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en tiempos de leds, la luz del fuego, se sigue destacando. Y si hay una coplera cerca, mucho mejor!
ResponderEliminarSi si tal cual una sorpresa en medio de la gran ciudad. Saludos y gracias por pasar
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