jueves, 18 de octubre de 2012

Alucinaciones



“Yo me marcho
Tú te quedas:
Dos otoños.”
Haiku de Buson


Foto de Carolina Sosa


Le costaba respirar en el más explícito de los sentidos. Un cuello ortopédico le dividía el cuerpo en dos, parte superior y parte inferior. La falta de movimientos laterales de cabeza predisponía el movimiento de las extremidades.
Hilda salía con la bolsita de análisis del hospital y todo le parecía lejano. Se había distanciado del mundo mucho tiempo antes cuando decidió chocar contra el paredón. Había elegido durante meses el que más le gustaba. Graffitis por todos lados y una ramita con hojas que había logrado nacer en un resquicio de cemento. Amarillos, rojos y verdes, sus colores favoritos.
La salida de Hilda se vio interrumpida por la presencia de dos personas. La avenida Córdoba desprendía toda una serie de contrapuntos sonoros y la corriente continua de transeúntes los incrementaba aún más. Hilda había dejado de escuchar hace tiempo así que todo ese caos era un bálsamo para su existencia, aletargaba sus sensaciones y las redimensionaba. Las dos personas que se interponían en su camino imprimieron en Hilda las sensaciones adormecidas por el ambiente exterior.

—¿Qué carajo te pasó ahora? — Le preguntó a los gritos una joven.
—Dejála tranquila, no la atosigues, esperá— Interrumpió un hombre mayor de traje que tenía un cigarrillo en la mano.

Hilda comenzó a llorar. El hombre le ofreció un cigarrillo e inmediatamente Hilda comenzó a fumar. La cadencia de su mano iba desde las lágrimas de su cara hasta las pitadas del cigarrillo. Las cenizas se iban acumulando y el viento las adhería a su cara humedecida. Hilda lloraba y comenzó a balbucear una serie de palabras inentendibles.

—¿Qué que carajo te pasó ahora? ¿Me podés decir? Me hiciste salir otra vez antes del laburo. ¿Vos querés que me echen a mí? ¿Y quién te va a pagar la pocilga esa en que vivís? ¿Decíme a ver? ¿Vos vas a salir a trabajar? ¿eh? ¿eh? — Gritaba con cada vez más ímpetu la joven.

El hombre posó una de sus manos en la espalda de Hilda y la acarició. Trataba de consolarla sin saber muy bien qué era lo que estaba pasando en ese preciso instante. Hilda fumaba y el color de las cenizas le recordó una imagen que se le presentó segundos después de haber chocado. Esa misma imagen contrastaba con los colores de ropa de los transeúntes y le daba a Hilda una alegría desbordante que le hacía llorar aún más y fumar casi frenéticamente.

***

Se podría decir que era un día lluvioso, que pasábamos por avenida Córdoba con el colectivo 132. Dos jóvenes escuchaban música y otra pasajera les reclamaba que bajen el volumen. Un hombre mayor cantaba en voz baja y comentaba qué era lo que iba pasando en el colectivo, quién subió, quién bajaba. Afuera una escena nos cautivó a casi todos, una mujer joven y dos personas mayores, hombre y mujer, fumando. La mujer tenía un cuello ortopédico y lloraba. El colectivo se demoró más de lo habitual y pudimos percibir esta escena con mayor detenimiento. Una escena más de las tantas que se dimensionan por la ventanilla del colectivo.
Para el pasajero cantante la mujer acaba de recibir un diagnóstico fatal en el hospital.
Para los jóvenes que escuchaban música había que bajarse en la próxima parada.
La pasajera que les había reclamado que desciendan el volumen dormía.
Para mí Hilda.

jueves, 11 de octubre de 2012

Baila en tus manos





Subo al colectivo y me voy al fondo, elijo uno de los pocos asientos disponibles en la fila de cinco, quedo ubicada en el medio. Saco de mi mochila mi nuevo libro, Uruguayita. Las tapas de cartón llaman la atención de los pasajeros. 

Al lado mío la veo a ella. Siempre me llamó la atención esa mirada perdida, unos movimientos corporales delicados y mecánicos al mismo tiempo, la vestimenta, pareciera estar al borde de la locura. Esta vez me mira leyendo, siento su mirada lateral. Lleva una flor en la mano, una flor blanca, parece una flor silvestre. Las frenadas abruptas y los giros no alteran la posición de la flor. Erguida. La flor, la mujer y el libro conforman el escenario de un nuevo pasaje de la ciudad al conurbano bonaerense. Logro darme cuenta que tengo que bajarme, reconozco mi barrio pero me descubro sin la flor, sin el poema:


 Sombras 

No vivo de la poesía.
Quiero decir: no escribo por dinero
Por publicar versos.

Sólo escribo palabras
a la mujer de sombras
que en la noche
danza sobre las nubes de la luna. 


***

El poema pertenencen al libro "Uruguayita" de Manuel Podestá editado por Eloísa Cartonera: http://www.eloisacartonera.com.ar/home.html

viernes, 5 de octubre de 2012

Luminarias



I

El colectivo lleno por inconvenientes en el tren Sarmiento. Pasajeros que entran por la puerta trasera, golpes, quejas. Las ventanillas se abren. Embarazadas y nenes que suben. Pasajeros que se levantan. Quejas. Él permanece quieto. La mirada pareciera dirigirse hacia los asientos de atrás. No. El niño ojos de noche no mira. ¿A dónde van las penas?

II


Un sonido más de subte se añade a la banda sonora completa de frenadas, chillidos, charlas, auriculares. Una joven toca el violín mientras los pasajeros van y vienen. Van y vienen. Van. Van. Vienen. Línea A para la derecha, combinación con línea D para la izquierda. ¿No tiene una monedita? Alguien mira hacia arriba, descubre a la violinista. Ríen. La pequeña cabecita va girando. Mamá apresura la marcha y la tira del brazo. La violinista y la niña. Ríen. Se pierden en el túnel. Ellas. El sonido que persiste. 

III

Están acostados en los bancos al lado de las rejas del zoológico. Duermen. Los ojos apenas se abren. El bullicio insoportable. Están ahí. Los turistas corren para mirar entre las rejas. Se levantan. Deambulan por Palermo. Caminan con dificultad. Se escapan de las miradas que marcan la rutina de sus vidas. Llegan al refugio de la casa abandonada. ¿Qué comemos hoy?